En la Edad
Antigua y en la Medieval no era extraño ver a los monarcas y generales al
frente de sus soldados durante el fragor de la batalla. Entonces era más
importante que las tropas se vieran reconfortadas con la visión de su líder
compartiendo los riesgos de la guerra, que el hecho de que el mismo estuviera
en la retaguardia a salvo, pero dirigiendo de una manera acertada los
movimientos tácticos del ejército. Cuando llegó el Renacimiento, hacia el siglo
XV, la cosa cambió, y desde entonces los generales se mantuvieron en una
posición atrasada pero segura lejos de las explosiones de la artillería y de
las cargas de caballería; hay ejemplos notorios como es el caso de Carlos I de
España o de Francisco I de Francia, que resultó cautivo tras la batalla de
Pavía (1525), en los que los reyes-guerreros se comportaron de manera valerosa
en ciertos enfrentamientos bélicos, evocando con su actitud antiguas costumbres
medievales que se extinguirían al pasar los siglos.
En 1898 un
acorazado norteamericano, el Maine,
que se encontraba anclado en las aguas del puerto de La Habana, estalló en mil
pedazos, sin saberse aún las causas reales que produjeron la explosión, pero
sirviendo de excusa para que los poderosos Estados Unidos declarasen la guerra
a España. En una guerra extremadamente desigual, un coloso aplastaría al
decadente imperio español, que no pudo nada más que oponer gallardía y valentía
contra la que llegaría a ser en unos pocos años la primera potencia mundial. Y
de los muchos héroes que cumplirían con su deber, destacaría la figura del general español Joaquín Vara del Rey y
Rubio (1840-1898), que compartiría con sus escasas tropas sufrimiento y
valor en una de las acciones más heroicas de aquella guerra que cambiaría a
España y al Mundo.
Vara del Rey
nació en Ibiza, con 15 años hizo su ingreso en las fuerzas armadas, y se labró
una dilatada experiencia bélica participando en las guerras del Sexenio
Revolucionario y de Filipinas, donde logró desarticular la importante partida
de José Maceo, lo que le valió el ascenso a general. Al estallar la guerra en
Cuba pidió el traslado a la isla para seguir cumpliendo con su deber de
guerrero.
El 1 de
julio de 1898, en los altos de El Caney,
6.650 soldados norteamericanos se enfrentaron a 527 soldados españoles a cuyo
mando se encontraba el veterano general Vara del Rey, acompañado de tres de sus
hijos y un hermano suyo, todos oficiales.
Era una diferencia de 12 a 1, algo imposible de salvar, pero ni con esas
se iban a echar atrás las tropas hispanas. Los yanquis, confiados, esperaban
acabar con la débil guarnición en apenas un par de horas, pero se encontrarían
con una tenaz resistencia de más de nueve horas; quedó manifiesto que el
espíritu indomable de el general se extendió a los soldados a su mando. Para
los norteamericanos fue un auténtico calvario avanzar palmo a palmo mientras
las balas de los fusiles llovían sobre el terreno que intentaban tomar. Aunque
la defensa fue a ultranza, la lógica de los números se impusieron y general
español ordenó replegarse a las tropas supervivientes a la plaza de la iglesia
donde ofrecería su defensa final. Una bala perdida le hirió de gravedad ambas
piernas, y tuvieron que llevárselo en camilla. Cuando transitaban un camino
oculto, una partida de soldados estadounidenses los descubrió y abrieron fuego
sobre los españoles, matando al general y a dos de sus hijos. Su hermano, un
teniente coronel, fue herido y hecho prisionero, además del hijo que
sobrevivió, con el rango de capitán. Sin duda fue una auténtica tragediafamiliar, comparable a la sufrida por los Custer apenas unos años antes, en1876, luchando con los indios en Little Bighorn.
Fuentes:
-El desastre de Cuba, 1898, de Fernando
Puell.
-San Juan Hill 1898, de Angus Konstan.
-Imágenes de la estatua de Vara del Rey en Madrid, por Benjamín Ávalon.
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