Julio César
fue asesinado en el año 44 a.C. en Roma, en lo que sería uno de los magnicidios
más famosos de la Antigüedad. Con un historial repleto de victorias ante su
rival político y militar, Pompeyo, y contra los galos, César parecía destinado
a alcanzar el poder absoluto de la renqueante república y convertirse en su
primer emperador, pero la conspiración perpetrada por un grupo de senadores
hizo que el honor recayera en otro hombre: Octavio Augusto, su heredero y, a la
vez, sobrino-nieto.
El heredero
de Julio César no lo iba a tener fácil, y los habitantes de los
territorios romanos tendrían que seguir
sufriendo las penalidades de la guerra ya que había otros que codiciaban
acceder a la cúspide el poder, entre los que destacaba Marco Antonio, hombre de
confianza de César, y militar muy capaz y aguerrido.
El periodo
de transición que supuso el cambio de sistema político de república a imperio
es verdaderamente apasionante y seguro que lo seguiré tratando en otras
entradas, pero esta se la dedico a un fenómeno meteorológico en concreto dentro
de la sección que he bautizado como “señales en el cielo”, y que fue la
aparición de un cometa en un momento verdaderamente oportuno.
Moneda acuñada hacia el 19 a.C., con la imagen de Augusto en el anverso y la de un cometa en el reverso (Wikipedia).
Hay que
reconocer la habilidad que tenían los hombres poderosos de los siglos pasados
para verter a su favor los fenómenos de la naturaleza desconocidos, haciendo
ver a sus mesnadas o redes clienterales que un cometa, por ejemplo, se podría
considerar como una señal divina que quería mostrarles algún tipo de mensaje en
relación con el monarca de turno para que hiciera tal cosa o la otra, y que la
divinidad correspondiente le ayudaría a ganar alguna batalla o tomar al asalto
algún trono. Durante la Guerra de las Rosas (1455-1487), se produjo en el cieloun fenómeno óptico llamado parhelio que produce la percepción de que el sol sedivide en tres, y que atemorizó a los soldados que iban a librar la batalla; el
líder de un bando, el que llegaría a ser Eduardo IV de Inglaterra, le aseguró a
sus mesnadas que el triple sol que veían en realidad era la santa Trinidad, y
que Dios estaba de su lado. El farol surtió efecto y la victoria se decantó de
su lado.
Bastantes
cientos de años antes, a finales del año 43 a.C., en los estertores del periodo
republicano de la Antigua Roma, durante unos juegos ofrecidos en recuerdo de
Julio César, apareció en los cielos un cometa. De forma deliberada y
aprovechando la ignorancia lógica de unas gentes humildes que no tenían unos
conocimientos de los que gozamos en la actualidad en gran parte del mundo, se
hizo entender al pueblo de Roma que era el espíritu de César que se dirigía a
la morada de los dioses. Como consecuencia de todo ello, Octaviano, su
heredero, se convertía en “hijo del divino de César”, lo que lo legitimaba a
ojos de los dioses, ni más ni menos. Con el tiempo, Octaviano llegaría a ser el
primer emperador de uno de los imperios más grandes y duraderos de toda la
Historia.
Fuentes:
-Historia Universal.
Roma. De Julio Mangas.
-El ejército de César
Augusto, de Ross Cowan.