Artemisia es
un personaje femenino de la Antigüedad que rompe moldes. No es fácil encontrar
en las páginas de los libros de Historia a mujeres que dirigieron hombres en
los sangrientos campos de batalla, por lo que es chocante encontrar a la tirana
de Halicarnaso al mando de una parte de la flota del rey Jerjes durante las batallas navales de las Guerras
Médicas (s. V a.C.). Y por si fuera poco,
fue una consejera muy valorada por el monarca persa, no solamente en el campo
de batalla, si no fuera de él, ya que puso a sus propios hijos a su cuidado.
Por todo ello, Artemisia se merece aparecer en como protagonista en la película de 300, el origen de un imperio.
Gracias a
Herodoto, el padre de la Historia, y nacido también en Halicarnaso, conocemos
algunos detalles de su vida, y sobre todo de su actuación en la batalla de
Salamina, encuentro decisivo que supuso la victoria de los griegos sobre los
persas. En este punto hay que poner en relieve que hubo muchas ciudades-estado
griegas que apoyaron a al rey Jerjes en su intento de conquista del resto de Grecia.
Y entre ellos estaba Artemisia, dirigente de Halicarnaso, que se encontraba en
la zona asiática, como muchas otras ciudades griegas. Por lo tanto no es la
humilde joven vejada y resentida de los griegos que aparece en la película ya
mencionada, si no que una mujer poderosa que opta por una opción política que
cree más razonable para sus intereses y los de su pueblo.
La actriz Eva Green en la película 300, el origen de un imperio (blogtabula.blospot.com)
Sin
entretenerme mucho en los sucesos que llevaron al gran enfrentamiento naval del
480 a. C., uno de los más decisivos de la historia de los conflictos bélicos,
lo que engrandece aún más a la figura histórica de la que estoy hablando es el
hecho de que ser mujer no le invalidara para dar consejos al mismísimo Jerjes,
uno de los monarcas más poderosos de su época, sino que además presentara un
plan de batalla alternativo distinto al que al final se adoptó y que dio como
resultado la gran derrota persa de Salamina. Su propuesta, compartida por
Mardonio y otros más, era la de no presentar batalla contra los barcos griegos,
si no mantenerlos a raya mientras se llevaba a cabo un asalto a las tierras del
Peloponeso para que las naves pertenecientes a las ciudades de dicha región
(entre ellas de Esparta) dejaran la flota, quedando solos los atenienses y sus
más firmes aliados. Sin duda, hubiera sido una baza ganadora que proponía
dividir a los griegos aún más de lo que ya estaban.
Aunque
Artemisia solo pudo sumar 5 barcos a la gran flota persa, Jerjes la nombró
comandante de la división de naves dorias.
Una de las
acciones más polémicas de la batalla de Salamina, y que es narrada por el gran
Herodoto, tiene a Artemisia como protagonista. En un momento concreto, en medio
de la vorágine que envuelve de caos y de muerte a las naves que se estaban
enfrentando, una trirreme griega seguía a la nave de nuestra protagonista. Ella
intentó zafarse de la amenaza que suponía que aquel barco embistiera con el
poderoso espolón metálico que sobresalía a proa, y que podía dañar gravemente a
cualquier barco hecho de madera. En un momento de la persecución, la nave de
Artemisia se encontró obstaculizada por cinco naves persas, es decir, de su
propio bando. Sin tener mucho tiempo para la reflexión, ordenó que embistieran
a uno de los barcos que le obstaculizaban el trayecto para así poder escapar de
la amenaza de tener a un enemigo ansioso de poder asaltarla y acabar con ella y su tripulación; en este punto hay que
reseñar que los atenienses habían puesto precio a su cabeza, ya que no podían
tolerar que una mujer se hubiera alzado contra ellos.
Mientras
todo esto ocurría en el mar, en una posición elevada en tierra los miembros del
estado mayor de Jerjes anotaban el comportamiento de los comandantes navales
para luego pasarle la información al rey. Pero hubo una malinterpretación de la
actuación de Artemisia, ya que los generales persas pensaron que había
embestido a un barco enemigo griego en vez de a uno de los suyos, antes de
escapar. Por ello, y al pensar que se había comportado de una manera impecable
y valiente, Jerjes exclamó aquella famosa frase que dice: “Mis hombres se han
convertido en hombres, y las mujeres en hombres”, sin duda cuando estaba
decepcionado por la actuación de la mayoría de sus almirantes en el transcurso
de la batalla.
Fuente: Salamis
480 BC, de William Shepherd