El actor Orlando Bloom interpretando a Balián de Íbelin.
El verdadero Balián, señor de Ramla, procedía de una familia asentada en el reino latino de Jerusalén. Sus orígenes eran humildes (parece que su padre era de origen italiano) y habían formado parte de la nueva aristocracia surgida de entre las filas de los caballeros que forjaron el reino. Aquí encontramos una de las diferencias fundamentales entre el personaje del film y el histórico: el auténtico Balián vivió toda su vida en tierra cruzadas y no fue un adulto recién llegado a aquel lugar. Se empapó desde muy niño de los problemas que les acuciaban a los cristianos de la época. Sabía perfectamente que la situación era muy delicada y que había pocas probabilidades de que los reinos occidentales sobrevivieran en aquel mar rodeado de enemigos islámicos. Por eso, pensó, como muchos nobles de allí, que la mejor opción era la negociación y la paz, y no la guerra (a ver si algún dirigente toma nota de ello).
Sello de Balián de Íbelin.
En la década de 1180-1190, Balián era uno de los barones locales más respetados y disfrutaba de una autoridad semiindependiente en el sur de Palestina. Balián, que se había ganado la confianza de todos, actuó como intermediario entre los nobles cristianos. También era conocido entre los musulmanes como negociador, y el propio Saladino le consideraba su amigo.
El actor sirio Ghassam Massoud interpretando a Saladino en la película.
Fue un cristiano devoto y un resuelto defensor del reino. Además de ser un buen diplomático, también fue un gran guerrero que participó en varias batallas. Así, estuvo al mando de la retaguardia cristiana en la batalla de Hattin (1187), que significó la debacle de los ejércitos cristianos, y que tan bien es representada en el film de Ridley Scott. Balián fue uno de los pocos líderes cristianos que logró huir de aquella carnicería. Según la película, el protagonista no luchó en ese combate decisivo.
Después de tomar importantes plazas, Saladino llegó a Jerusalén el 20 de septiembre de aquel año. El patriarca Heraclio se hallaba al frente de la ciudad, pero no era militar. Entonces llegó Íbelin, con un salvoconducto para recoger a su familia e irse con ella. Pero al llegar a la Ciudad Santa recibió fuertes presiones para que se pusiera al frente de la defensa. Heraclio le liberó de la promesa que le había hecho a Saladino: Balián le escribió al sultán explicándole que no le quedaba más remedio que luchar. En contra de lo que se pueda suponer, Saladino lo aceptó y dejó que su mujer e hijos dejaran en paz la ciudad. La lucha fue terrible. Hubo cientos de bajas en ambos bandos bajo un sol abrasador. Los musulmanes instalaron 40 mangoneles para lanzar piedras y nafta.
Los musulmanes, además, hicieron un túnel de 30 metros. Al final consiguieron hacer una brecha en las murallas. La situación era desesperada. Balián, incluso, había nombrado a muchos caballeros y, el 30 de septiembre se dirigió al campamento de Saladino, para negociar la rendición de una ciudad que estaba prácticamente perdida. Al principio se le había denegado la audiencia por dos veces, pero volvió al día siguiente. Balián fue breve pero implacable: amenazó con ejecutar a miles de prisioneros musulmanes, destruir sus tesoros, la Cúpula de la Roca y la mezquita de al-Aqsa (dos de los monumentos más sagrados del islam). Saladino cedió y se acordó una rendición pacífica a cambio de un rescate de miles de besantes. Los cristianos no latinos podían quedarse en la ciudad, pero los cruzados tendrían que abandonarla. De esta manera se evitó una carnicería, como la que se produjo en 1099 cuando los cristianos entraron a sangre y fuego durante la toma de Jerusalén.
Balián vivió algunos años más e, incluso, luchó en tiempos de Ricardo Corazón de León, muriendo en la tierra en que nació y creció siendo todavía cristiana, aunque no quedaban muchos años para que los reinos latinos acabaran siendo absorbidos por el islam.
Fuente principal: "La victoria de Saladino", de David Nicolle.
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