La historia del Cid es la de un guerrero que, una vez desterrado por orden de su rey, Alfonso VI de Castilla, y privado de todos sus bienes, emprende la tarea, junto a su familia y sus hombres de armas, de ganarse a sangre y espada su propio reino. De esta manera, Rodrigo se hizo dueño de su propio destino y de unas tierras, con capital en Valencia, arrebatándoselas a los musulmanes.
Escultura de el Cid en Burgos.
Uno de los momentos cumbres de su carrera, fue cuando tuvo que enfrentarse con sus hombres en la batalla de Cuarte a un ejército procedente del norte de África, compuesto de temibles guerreros almorávides, fundamentalistas musulmanes, venidos para ocupar toda la península Ibérica, y venciéndolo de una manera aplastante.
Si hacen falta más pruebas para demostrar su existencia, la firma del héroe castellano se ha conservado en un diploma de dotación a la Catedral de Valencia de 1098:
Además, sus restos y los de su mujer se hallan en la actualidad en la Catedral de Burgos, debajo de una lápida de mármol rojo:
La leyenda dice que el Cid venció en una batalla a los moros tras ser muerto: ataron su cadáver a la montura de un caballo, de tal forma que pareciera que lo montara. Los soldados enemigos al pensar que había muerto en el anterior combate, huyeron despavoridos al ver en el campo de batalla a un guerrero que parecía que nada podía acabar con él.
No hay ninguna fuente histórica que mencione este legendario episodio. Pero si hay un base que pueda explicar la maravillosa historia. Tras la muerte de Rodrigo, según parece no fue en combate, su cadáver fue embalsamado y expuesto en el trono. Esta costumbre proviene de los ritos funerarios romanos. Es posible que la imaginación popular se ocupara de convertir un ritual funerario en una fantástica anécdota.
Fuente principal: El Cid. La espada de la Reconquista, de José I. Lago y Manuel G. Pérez.
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