De todas las misiones aéreas que se han producido en todas las guerras desde que aparecieron los aviones de combate, hay una que destaca por ser de lo menos ortodoxa. El escenario fue la península del Sinaí, y la fecha elegida el 29 de octubre de 1956. El conflicto, no creo que sea muy recordado, es llamado la guerra del Sinaí o la Crisis de Suez, y fue motivado por la decisión del presidente egipcio, más bien dictador, Nasser, por nacionalizar dicho canal y arrebatárselo a los franceses y británicos. La reacción de estos no se hizo esperar que, junto a los israelíes, lanzaron un ataque fulminante que acabaría destruyendo el débil ejército egipcio en unos pocos días. La decidida intervención de la ONU acabó con la guerra, y Nasser hizo creer a su pueblo que la derrota militar no significaba nada en comparación con la victoria política que suponía la retirada de las fuerzas extranjeras; los egipcios, que adoraban a su líder, por cierto, le creyeron sin dudarlo un momento.
Resumiendo mucho, estos fueron los acontecientos en los que se enmarcan la historia que voy a explicar a continuación. A una escuadrilla aérea israelí de aviones P-51 Mustang de hélices, veteranos de la Segunda Guerra Mundial (en los años 50 del pasado siglo se empezaron a introducir los aviones a reacción, que llegaban a alcanzar la velocidad del sonido), le encomendaron la tarea de inutilizar unos cables telefónicos que enlazaban las comunicaciones de las fuerzas egipcias acantonadas en el Sinaí con el Estado Mayor que estaba al otro lado del Canal de Suez, en el mismo Egipto. Dicha unidad recibía el nombre de Caballos Salvajes.
No conozco la razón de porque no se pensó la opción de ametrallar o bombardear dichas instalaciones, pero me imagino que sería por la dificultad de encarar dichos blancos con el armamento convencional de esta época o por que no se quería llamar mucho la atención. El caso es que era necesario borrar del mapa dichos cables ya que el primer golpe de la guerra los iban a lanzar los soldados judios, mediante el lanzamiento de una fuerza paracaidista en el paso de Mitla, y era necesario que esa información no llegara de forma inmediata a las Altas Esferas egipcias.
El día en cuestión salieron dos parejas de Mustang de las bases aéreas israelíes, con los pilotos Livne, Amitai, Krassenstein y Zeitlin a los mandos de dichos aparatos. A los aviones se les habían añadido unos artilugios que podían incorporar unos cables largos que actuarían de cizallas cortadoras de hilos telefónicos; los ensayos secretos realizados previamente habían producido diversos resultados. La misión iba a se arriesgada, pero era vital que saliera bien para que el resultado de la campaña fuera favorable para Israel: la victoria dependía de la actuación de cuatro pilotos con aviones de una guerra que había acabado hacía más de 10 años. En cambio, los egipcios contaban en sus filas con cazas Mig-15, lo último en tecnología soviética, aparatos que alcanzaban la velocidad del sonido (más de 1000 km/hora), muy por encima de los 320 km/h que lograban superar los viejos Mutang israelíes, cargados con los cables cortadores.
Los P-51 alcanzaron los objetivos a la hora prevista (los paracaidistas todavía no habían saltado sobre Mitla), pero habían perdido los cables por el camino. Como buenos soldados que eran, y con iniciativa, pensaron que no había que tirar la toalla, e idearon un Plan B sobre la marcha: ¡cortarían los cables con las hélices de sus viejos aparatos! Como no habían ensayado el plan previamente, no conocían como iba a afectar el impacto de los cables sobre sus aviones, lo que era un riesgo muy importante para ellos. Pero no lo dudaron y encararon sus objetivos con decisión. Tras diversas maniobras se lanzaron sobre las instalaciones telefónicas y las desbarataron, dejando incomunicadas a las tropas egipcias del Sinaí las primeras vitales horas, durante las cuales las tropas judías se lanzaban al ataque.
Cierto es que los egipcios se dieron cuenta del corte de sus comunicaciones, y empezaron a usar circuitos alternativos, como la radio, pero a posteriori, cuando las primeras batallas ya se habían producido, con resultado satisfactorio para Israel.
Este ejemplo de buen hacer, sumado al ingenio y la iniciativa de unos pilotos, supusieron un factor importante en la vistoria final. Los P-51 siguieron luchando el resto de la campaña, apoyando con eficacia las operaciones terrestres, aunque su baja velocidad los hacía un fácil blanco para las modernas defensas antiaéreas de los árabes, que se cobraron un alto peaje de 9 Mustangs derribados.
En resumidas cuentas, es evidente que el Estado de Israel le debe mucho a este venerable avión de la Segunda Guerra Mundial.
-Fuente consultada: Héroes, de David Eshel.
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