El general Belgrano fue un crucero norteamericano botado en 1938, poco antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, de la que tomaría parte activa en el frente del Pacífico, luchando contra los buques del imperio japonés. Fue bautizado con el nombre de Phoenix, y en diciembre de 1941 se encontraba anclado en el afamado puerto de Pearl Harbour, junto a docenas de barcos estadounidenses que estaban ajenos al combate, ya que los Estados Unidos todavía no habían entrado en guerra.
El ataque a la base aeronaval de Pearl Harbour de 1941 marcó el inicio de Estados Unidos en la contienda mundial y la primera experiencia bélica del barco protagonista de esta entrada.
El 7 de diciembre de ese año, los japoneses desataron un devastador ataque por sorpresa contra la flota yanqui, logrando hundir varios barcos y dañar otro buen número de ellos, haciendo que los Estados Unidos se involucraran por fin en la contienda mundial. El Phoenix tuvo suerte aquel día ya que no sufrió daños; la fortuna no le acompañaría siempre.
Durante la guerra mundial, el crucero norteamericano estuvo presente en innumerables combates y misiones. Hizo de escolta en varias ocasiones, apoyó diversos desembarcos de tropas, combatió contra baterías costeras, evitó los torpedos lanzados desde algún submarino japonés, luchó contra los temibles kamikazes que se lanzaban de manera suicida contra las cubiertas de los grandes barcos..., e incluso sufrió la explosión de las bombas lanzadas por los aviones nipones, que mataron a varios de sus tripulantes. No se puede decir que el barco hubiera estado ocioso durante los años de la contienda. Para redondear su brillante historial, en la batalla naval de Leyte, una de las más importantes de toda la historia militar, participó de forma activa en los combates del estrecho de Surigao.
En 1982, los grandes barcos de enormes cañones no tenían muchas opciones contra los buques modernos armados con misiles o contra los submarinos de propulsión nuclear, como el Conqueror británico, que detectó al ahora llamado general Belgrano, que se retiraba tras recibir la orden por parte de la superioridad argentina. También es verdad, que si el crucero argentino consiguiera ponerse a una distancia adecuada de cualquier barco de la Royal Navy, aunque fuera un gran portaaeronaves, sus cañones eran lo bastante potentes como para hundirlo, y los británicos lo sabían, por lo que no dudaron en ordenar al submarino que lo rastreaba que lo hundiera.
Fotografía del buque hundiéndose el fatídico 2 de abril de 1982.
Aparte de la polémica que suscitara tal decisión, que no es objetivo de esta entrada (podéis visitar otra que si lo trata), lo que si fue evidente es que el hundimiento de la nave, que produjo la pérdida de 323 tripulantes argentinos, hizo que la Marina argentina no volviera a salir de puerto durante el resto de la guerra. Por lo tanto, su hundimiento constituyó una gran victoria, y marcó, de algún modo, el final de época, la de los grandes barcos blindados y artillados.
Como un soldado veterano más que participa en distintas batallas, el general Belgrano estuvo allí cuando se le necesitó, portando una bandera u otra, pero resignado a batallar cuando se le llamaba, como el viejo militar experimentado en la lucha y en la sangre.
Fuentes consultadas:
-The Falklands War 1982, de Duncan Anderson.
-Wikipedia.
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