Buceando en la leyenda

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viernes, 20 de septiembre de 2013

El padre de Aníbal: Amílcar Barca.

No se sabe el año exacto de su nacimiento, pero Amílcar vino al mundo hacia el año 275 a. C., aproximadamente. De estirpe aristocrática, fue el fundador de una de las dinastías más famosas y poderosas de la Antigüedad, los Bárcidas. Más que por sus méritos, de sobra reconocidos por los historiadores clásicos, fue famoso por ser el padre de Aníbal, Asdrúbal y Hannón, los generales que pondrían a Roma al borde del colapso militar en el transcurso de la segunda guerra púnica. Pero sería, sin duda, la sombra de Aníbal, uno de los líderes militares más sobresalientes de la Historia Universal, la que eclipsaría la enorme figura de Amílcar Barca. A continuación, intentaré hacer un poco de justicia exponiendo la vida y hazañas del padre de Aníbal.


 
 
 
 
Amílcar llegó a Sicilia en el año 247, durante las últimas fases de la primera guerra púnica. Ya era tarde para cambiar el curso de la guerra, y los romanos estaban ganando las batallas, tanto las marítimas como las terrestres. Teniendo el mando de un ejército terrestre, el cartaginés no buscó el enfrentamiento directo con las disciplinadas legiones romanas. En vez de eso, mantuvo en jaque al enemigo con una táctica de guerra de guerrillas y veloces golpes de mano. No logró ninguna victoria decisiva, pero mantuvo el ejército intacto (no se le podía pedir mucho más dado esas circunstancias tan adversas). Si a ello le añadimos que a su ejército de mercenarios, con hombres de muy diversas procedencias, le pudo dirigir con disciplina y devoción, asunto muy difícil de llevar a cabo por cualquier general, y que es considerado Amílcar como el mejor general de la guerra por todos los historiadores antiguos, vemos que el balance general es muy sobresaliente para el padre de Aníbal. Diodoro escribió lo siguiente acerca de su persona:
 
"Incluso antes de que llegara a ser general, la nobleza del espíritu de Amílcar era manifiesta y, cuando él tomó el mando se mostró así mismo digno de su patria por su ardor por la gloria y su desprecio al peligro. Tenía fama de ser un hombre de excepcional inteligencia y como eclipsaba a todos sus conciudadanos, tanto atrevimiento como en las armas, él era verdaderamente (...). Tanto un magnífico líder como un bravo guerrero."
 
Aunque Amílcar, que fue el líder que negoció el tratado de rendición con los romanos, consiguió unas condiciones de rendición muy benévolas de paz, el Senado romano las modificó haciéndolas muy gravosas a los perdedores: Cartago debía pagar 220 talentos al año. Hay que tener en cuenta que 165 talentos equivalían a 4 toneladas de plata. Por poner un ejemplo para haceros una idea de lo que significaba esa cantidad, en aquella época, el estado de Macedonia, que era un país importante, ingresaba 200 talentos al año. Las condiciones abusivas a las que fueron sometidos los cartagineses tras su derrota en la primera guerra púnica recuerdan a las que sufrió Alemania tras la primera guerra mundial. Y las consecuencias de ellas fueron similares: más guerra.
 
 
 
Mapa de la primera guerra púnica al inicio. El escenario principal de la contienda terrestre fue Sicilia, que era dominada en gran parte por los Cartagineses. Al final del conflicto, su dominio pasó a manos de la república romana.
 
 
Al finalizar la guerra, a los cartagineses se les ocasionó un grave problema: tenían que pagarles los sueldos a miles de soldados mercenarios que habían luchado en sus filas. El caso es que las arcas estaban exhaustas y, además, había que saldar las deudas con Roma. El gobierno cartaginés envió a Giscón a negociar con la masa de mercenarios que se encontraba reunida en suelo púnico tratando de recuperar lo que les pertenecía y que tan caro les había costado. Entre sus filas, surgieron dos líderes, el libio Matho y el campano Spendios, que no eran muy propicios a una solución pacífica del conflicto. La negociación salió mal, y los mercenarios se levantaron en armas contra el gobierno de Cartago. Se inició, así, una guerra que duraría más de tres años, y que alcanzó una cotas de crueldad superiores a la media de las de las guerras de la Antigüedad, que ya de por sí eran elevadas. Fue una guerra tan despiadada que se le bautizó como de la guerra inexpiable (que viene a significar, más o menos, la guerra de actos imperdonables). Aunque, es mejor conocida como la "guerra de los mercenarios".
 
En un principio, es nombrado Hannón el Grande como general púnico, y a Spendios y Mathos como generales de los sublevados. Como el primero fracasó en la ciudad de Útica, el mando fue cedido a Amílcar Barca, que venció a Spendios en la batalla de Mácara o del río Bagradas, aprovechando el conocimiento del terreno (la guerra se libraba en el mismo suelo de su patria contra mercenarios procedentes de muy diversos lugares). El padre de Aníbal demostró que podía vencer lo mismo en una batalla campal, que en una acción de guerrillas (recuérdese la primera guerra púnica), usando infantería, caballería, elefantes... Además, siempre acudía a la llamada cuando su patria estaba en peligro.
 
La situación para los cartagineses no era muy halagüeña. En Cerdeña se habían rebelado los mercenarios también, matando al jefe púnico de la tropa. En suelo africano, las pocas plazas leales estaban cercadas por los rebeldes. El único consuelo que tuvo Amílcar fue que el jefe númida Naravas se pasara a su bando.
 
Un rasgo de la inteligencia de Amílcar era que una vez que se rendía el enemigo, era generoso y dejaba a los vencidos la opción de marchar libres o unirse a sus huestes. En cambio, los generales mercenarios fueron tan crueles que asesinaron de forma espantosa hasta 700 cartagineses en un sólo día. Entre ellos se encontraba Giscón, el que fue a negociar con ellos antes de que estallara la guerra. Según nos cuenta Polibio:
 
"Tras amputarles las manos, les seccionaron la nariz y las orejas a aquellos desgraciados, los castraron, les quebraron las piernas y los arrojaron, vivos aún, a una fosa".
 
 
 
Los elefantes de guerra eran un arma típica de los cartagineses. Además, podían servir para otros propósitos como el de ejecutar prisioneros de guerra.
 
 
Después de aquella masacre, los generales Hannón el Grande y Amílcar Barca unieron sus fuerzas. También, se tomó la determinación de que cualquier prisionero tomado al enemigo fuera aplastado por los elefantes o echado a las fieras. A partir de este momento fue cuando la guerra entró en una fase de extrema crueldad.
 
Se hace la situación tan desesperada para los cartagineses que hasta los mercenarios se atreven a asediar la capital, Cartago. Los romanos y los siracusanos se mantuvieron a la expectativa, pero le hicieron algún guiño de apoyo a los púnicos, porque no les interesaba alterar el equilibrio de poder. Amílcar dio un vuelco a la situación e hizo que los mercenarios levantaran el sitio a Cartago. Después, logró encerrar un gran ejército de 50.000 soldados en un lugar conocido como "La Sierra". En un gran desfiladero, los mercenarios, que triplicaban las fuerzas púnicas, fueron inmovilizados durante un largo periodo de tiempo, ya que las salidas estaban selladas con fosos y trincheras. Los soldados de Amílcar sólo tenían que esperar, mientras que a los enemigos se le acababan las provisiones. Cuando el hambre se hizo insoportable, recurrieron al canibalismo. Hubo un intento de negociación, pero el general cartaginés pedía la cabeza de los líderes mercenarios (Spendios, Autárito y Zarzas), a cambio de dejar libre al resto de hombres, pero fracasó. Entonces, los elefantes entraron en el estrecho paso arrollando a todo ser vivo que encontraran, como si fueran auténticas apisonadoras, dejando el suelo cubierto de más de 40.000 cadáveres.
 
Se había logrado una gran victoria, pero la guerra continuaba. Dos ejércitos cartagineses (uno bajo el mando de Amílcar, y el otro a las órdenes de un tal Aníbal) se dirigieron a Túnez, donde se encontraba el único general mercenario vivo, Matho, y la pusieron bajo asedio. Aníbal ordenó crucificar a los líderes capturados en la anterior batalla a la vista de los asediados. Cuando Matho vió como agonizaba hasta morir a su compañero de revuelta, Spendios, decidió cumplir su propia venganza. En un rápido movimiento, atacó el campamento de Aníbal (no confundir con el hijo de Amílcar) y le capturó vivo. Entonces, lo llevó ante la cruz de su amigo, que estaba muerto, y le bajó. En su lugar, crucificó al cartaginés. Al resto de los líderes púnicos los degolló a los pies del crucificado. La crueldad era la moneda de pago en aquella guerra.
 
Ante ese nuevo desastre, los líderes cartagineses tomaron la determinación de aunar todas las fuerzas y apostar por un enfrentamiento definitivo para acabar con un conflicto que casi acaba con el estado. Se buscó una batalla campal contra todo el ejército mercenario de Matho. Aunque no se conocen muchos datos de la misma, si se sabe que resultó una victoria aplastante de Amílcar. Como colofón a tan dramática guerra, el líder rebelde, que había caído prisionero en último combate, fue exhibido públicamente por las calles de Cartago. Fue torturado, y finalmente ejecutado. Así acabó la guerra para Cartago, que tuvo que ceder Cerdeña y Córcega a Roma.
 
 
Fotograma de la película "Espartaco", de Stanley Kubrick. Durante la "guerra de los mercenarios" se dieron diversos episodios de crucifixión, que no era un método de ejecución usado exclusivamente por los romanos, como se puede llegar a creer.
 
 
La contribución a la victoria por parte de Amílcar en dicha guerra, vital para la supervivencia de Cartago, queda puesta de manifiesto. Como los púnicos iban a comenzar a tomar posiciones en la península Ibérica, no había mejor hombre para dirigir las tropas. En el año 237, acompañado de su yerno Asdrúbal el Bello y de su hijo de 9 años Aníbal, Almícar desembarcó en Gadir (Cádiz). El objetivo era tomar el control de las ricas minas de sierra Morena. Con el dinero que se obtendría se podría pagar a Roma los gastos de guerra. Pero los habitantes del sur de España, los íberos, poseían grandes guerreros que no le pondrían las cosas fáciles al cartaginés.
 
Amílcar se tuvo que enfrentar a las tribus íberas de los turdetanos y de los oretanos, que además tenían entre sus filas a mercenarios celtíberos. Cuando Amílcar los vencía, les daba la sabia opción de engrosar sus propias fuerzas armadas. En una batalla logró vencer a un ejército de 50.000 hombres al mando de Indortes. Al caudillo celtíbero, le sacaron los ojos, le torturaron y le crucificaron. Sus hombres pudieron regresar a sus hogares. De esta manera, se logró la sumisión de muchas ciudades íberas.
 
Hacia el año 235, Amílcar fundó Akra Leuké, que se convertiría en su base de operaciones y en su cuartel de invierno. Durante el invierno del 229-228, partió de su base, dejando el grueso de su ejército y a sus elefantes, hacia la ciudad oretana de Heliké. Mientras sitiaba la ciudad, el rey de los oretanos acudió en ayuda de sus habitantes. Del resto sólo podemos especular. Los diversos autores antiguos difieren sobre la muerte de Amílcar Barca. No se sabe si murió ahogado en un río o murió combatiendo, lo que si parece es que falleció con valor.
 
 
 
Amílcar Barca murió luchando contra los soldados íberos. Parece ser que en la "guerra de los mercenarios", hubo de estos soldados combatiendo en las filas de los enemigos de Cartago.
 
 
Como otras tantas veces en la que un gran general muere de forma prematura, no sabemos hasta donde hubieran podido llegar sus conquistas. Lo que si conocemos, es la hazaña que llevó a cabo su hijo, Aníbal, en su lucha con los romanos.
 
Bibliografía:
 
-"Cartago contra Roma", de M.A. Mira Guardiola.
-"Historia Universal. Edad Antigua. Roma", de Julio Mangas.
-Wikipedia.
 

 
 
 

 
 
 


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