Buceando en la leyenda

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martes, 24 de octubre de 2017

El Cid, ¿un mercenario?

La figura histórica de Rodrigo Díaz, el llamado "Cid Campeador", ha sido y sigue siendo manoseada y maltratada tanto en el pasado, en la época franquista, como en la actualidad. El afamado héroe castellano vivió en una época en la que una España unida y cristiana, frente a un enemigo musulmán, es simplemente una idealización: la Península Ibérica durante la Edad Media era un crisol de reinos musulmanes y cristianos que luchaban de una manera desordenada entre sí, con la única intención de sobrevivir y hacerse más grandes para no acabar siendo absorbidos. Ante este panorama, no es de extrañar que algún reino cristiano se aliara con el reyezuelo de alguna taifa para luchar contra otro monarca musulmán, a su vez aliado con algún señor católico. No importaba la religión del enemigo, si no como lograr más poder. El mundo era así de complicado por entonces.

En cambio, en la actualidad, decir que el Cid era un mercenario, sin más, es un mantra demasiado usado, sin tener en cuenta que la biografía de este noble castellano es mucho más rica y nos da una serie de datos de gran interés que nos descubren la historia apasionante de un hombre hecho a sí mismo, y de unas cualidades excepcionales, aún teniendo en cuenta la parquedad de las fuentes y la siempre posibilidad de que el mito contamine las mismas, con ropajes legendarios adornando sus hechos y batallas.








Decir que Rodrigo era un señor, al mando de una mesnada compuesta de fieles guerreros, al servicio de reyes musulmanes unas veces, y otras al de cristianos, según se presentara la ocasión, aparte de ser una información parcial e incompleta, es como decir que Hitler fue simplemente un cabo alemán que luchó en la I Guerra Mundial, o que Churchill fue aquel joven y apuesto oficial británico que participara en la carga de caballería de Omdurmán a finales del siglo XIX. El Cid fue mucho más.

 Al revisar la lista de batallas en las que participó, o bien al mando o no, se puede comprobar que no solo fue capaz de sobrevivir a todas ellas con éxito, que teniendo en cuenta el gran número de ellas es de admirar, si no que salió victorioso en su totalidad. Lo que quiero decir con esto es que no solo estamos ante la figura de un gran guerrero mítico, si no que es palpable que el Cid fue un gran estratega de la Edad Media europea. A esto hay que añadir el hecho de que venciera a múltiples enemigos, tanto cristianos como musulmanes, con tácticas diferentes y guerreros determinados. Así, por ejemplo, venció en la batalla de Cabra (1079) a otro guerrero castellano, el alférez real García Ordoñez, reforzado con las tropas musulmanas del rey taifa de Granada; En la batalla de Almenar (1082) venció al conjunto de tropas catalanas (Berenguer Ramón II) y musulmanas de Lérida; y aplastó a los invencibles almorávides en la batalla de Cuarte (1094) sin ayuda, y con su aliado Pedro de Aragón en Bairén, tres años después.

Rodrigo Díaz, además de ser un gran director de tropas en los campos de batalla, como se ha visto hasta ahora, resultó ser un maestro en la técnica de asaltos a fortalezas, un arte distinto al de la batalla campal, como es muestra la conquista de la muy importante ciudad de Valencia en el año 1094. Resumiendo, el castellano dominada todos los terrenos del arte de la guerra de su época.

Además, demostró que tenía una gran visión política ya que manejaba el uso de las alianzas siempre con gran maestría. No hay nada más que ver que unas veces se unía en sus objetivos lo mismo a reyes musulmanes como a reyes cristianos, como con Pedro I de Aragón para luchar contra los almorávides. Estos procedían del norte de África, donde habían construido un imperio de grandes dimensiones, que acabarían por absorber toda la España musulmana, y con pretensiones abarcar el resto de la Península en manos de los diferentes reinos cristianos. Eran fundamentalistas radicales -el equivalente al actual Estado Islámico o Isis- y vencieron en múltiples ocasiones al rey de Castilla Alfonso VI, que fue incapaz de frenarlos. El único que pudo hacerlo fue el Cid, cuando era ya señor de Valencia, y había dejado de servir a su antiguo señor, el monarca castellano Alfonso.

El triunfo de su diplomacia es palpable en el hecho de que sus dos hijas fueran casadas con infantes de los principales reinos peninsulares. Así, Cristina, la hija mayor del Cid, contrajo matrimonio con Ramiro Sánchez de Navarra, de cuya unión nacería el futuro monarca García IV Ramírez, "El Restaurador". Además, la hija menor, María, contrajo matrimonio con Berenguer Ramón III "El Grande", conde de Barcelona, y gracias a su descendencia llegarían los genes de Rodrigo hasta el actual rey de España, Felipe VI.

Pero donde radica su verdadero éxito es en la construcción de un señorío independiente en Valencia. La carrera de este noble fue meteórica y siempre en ascenso, y solo ayudado por sus méritos propios, de sobra conocidos. Su fuerte brazo en las batallas, y su talento militar y político fueron las únicas herramientas que lo llevaron a lograr ser soberano de su propio destino. Tras ser desterrado por su señor, Alfonso VI de Castilla, hasta en dos ocasiones, y no sin falta de razón (en 1081, por saquear la taifa de Toledo que era tributaria del rey de Castilla, y en 1088 por no llegar a tiempo a Aledo para aliviarla de un asedio musulmán), el héroe castellano decidió que había llegado la hora de mostrar sus cartas y forjar su propio reino. Y, aunque su esposa doña Jimena lo heredó a su muerte (1099), la verdad es que la supervivencia de la Valencia del Cid no pudo continuar porque el que la creó era el único que podía sostenerla. A eso hay que añadir que su único hijo varón, y seguro heredero, Diego, había muerto en combate en 1097.

Si miramos más allá de los Pirineos, podemos observar que el ejemplo de superación del Cid, es decir de nobles que ascienden a reyes por su valor y su audacia, es más habitual de lo que nos podemos pensar. Así, en Normandía, el duque Guillermo pudo hacerse con el trono de Inglaterra tras los sucesos de 1066. El caso de Harald Hardrada de Noruega es también muy significativo: tras participar con 15 años en su primera batalla marchó al exilio, ofreciendo sus servicios a los soberanos de Kiev o Bizancio, ganando fama, fortuna y experiencia guerrera, retornando a Noruega para valer su derecho al trono; sus gestas fueron narradas en las sagas escandinavas. Y para acabar con este somero repaso, se pueden incluir los diversos nobles que marcharon a las cruzadas, donde forjarían diversos reinos como es el caso del noble francés Godofredo de Bouillón que se proclamaría rey de Jerusalén.


Fuente principal: El Cid, de José Ignacio Lago y otros.

lunes, 2 de octubre de 2017

El atleta que soñó en ser un tirano.

Hay muchas maneras de acceder a un cargo político. En la sociedad actual nadie se extraña de que personas que proceden del mundo del espectáculo o del cine engrosen las listas electorales. En los Estados Unidos hay estrellas de Hollywood que han sido alcaldes, gobernadores e incluso presidentes del gobierno, -es el caso de Ronald Reagan, que dirigió los designios de su nación entre 1981 y 1989-. Es natural que alguien famoso, por la razón que sea, aproveche la situación para presentarse a unas elecciones y consiga así más votos. Es evidente, y no se puede negar, que los votantes eligen a sus representantes por algo más que el programa de gobierno que proponen.

El rol de los actores que se buscan otro empleo como políticos, si hablamos de la antigua Grecia, lo cumplían los atletas vencedores en los Juegos Olímpicos. El caso del ateniense Alcibíades (450-404 a.C.) es bastante notorio: un joven agraciado y de buena familia que ganaba las carreras de carros en las Olimpiadas, convirtiéndose, en su madurez, en uno de los políticos más influyentes en la política de Grecia en las últimas fases de la Guerra del Peloponeso (431-404 a. C.).



La Acrópolis de Atenas fue escenario del intento de Cilón por implantar una tiranía en Atenas.



Pero hoy no voy a tratar el tema, por otra parte muy interesante, del maquiavélico Alcibíades, si no de otro gran atleta de la Antigüedad, que no es otro que Cilón, ateniense y perteneciente a una familia aristocrática. Este joven fue vencedor en la prueba de díaulos en los juegos olímpicos del 640 a.C.: la prueba de velocidad que constaba de una carrera de doble estadio (un estadio suponían 192,27 metros).

En una época en la que la democracia no había surgido en Atenas, los aristócratas dominaban los órganos de gobierno de las ciudades-estado que salpicaban la Hélade. En el siglo VII a.C., un sistema de gobierno se implantó en un buen número de polis griegas: la tiranía, lo que suponía poner el control del gobierno en manos de un tirano. Cilón buscó el apoyo de un buen número de seguidores, y contó con el respaldo de su suegro, el tirano de Mégara, ciudad cercana y rival de Atenas, para alzarse con el poder, y, así, implantar una nueva tiranía.

El año 632 Cilón, acompañado de sus partidarios, asaltó la Acrópolis en una clase de golpe de estado. Las cosas no salieron como ellos esperaban y se encontraron con la oposición firme de los arcontes y del pueblo ateniense, que consiguieron acorralar a los conspiradores. Tras una negociación, y la promesa de que se les iba a respetar la vida, se procedió a la rendición del grupo de Cilón, aunque este escapara y se perdiera su pista en las páginas de la historia. Sin un juicio previo, se procedió a la ejecución sumaria de los rebeldes, acción que parece indicar el temor real de los atenienses a que lo de implantar una tiranía en su ciudad iba en serio.

Para terminar querría añadir un par de cosas. Lo primero es que antes de que naciera la primera democracia de la Humanidad, un tal Pisístrato (c.607-527) tuvo ocasión de convertirse en tirano de la ciudad de la Acrópolis.



Fotografía de los restos de los posibles seguidores de Cilón tras su ejecución (Imagen de National Geographic).





Y lo segundo es que en el año 2016 los arqueólogos sorprendieron al mundo con un hallazgo excepcional: se desenterraron los esqueletos de 80 jóvenes en la bahía de Fáliro, al sur de Atenas, maniatados y pertenecientes al siglo VII a. C., que bien podrían pertenecer a los desdichados seguidores del arrogante y temerario Cilón.


Fuentes:

-Historia Universal, de Raquel López Melero y otros.
-Siracusa, el desastre ateniense, de Nic Fields.
-Historia de la Grecia Antigua, de Juan José Sayas.
-Wikipedia.
-Imágenes: Wikipedia y National Geographic.