Buceando en la leyenda

Buceando en la leyenda

domingo, 27 de noviembre de 2016

Mentiras de la historia (II): mentiras vikingas.

La historia de los vikingos es asombrosa y hace que cuando uno la descubre desee ser historiador. Nombres asociados a ellos como drakkars, sagas, razzias..., evocan un pasado glorioso y fascinante. Aunque las batallas sangrientas y los ataques que sirvieron para aterrorizar a la pobre gente que subsistía en aquella época estaban a la orden del día, y sirvieron para acrecentar su fama, no hay que olvidar que aquellos osados hombres del norte también tuvieron una faceta ciertamente atractiva, pero desgraciadamente algo olvidada: la de los descubrimientos oceánicos.

La vida de Erik el Rojo, conocida gracias a las sagas escandinavas, relatos escritos muy posteriormente a los hechos narrados y transmitidos de forma oral, es la de un hombre hecho a sí mismo; la de un vikingo con sus virtudes y defectos y que vivió en una época muy dura si la comparamos con la actual. Noruego de nacimiento, Erik tuvo que abandonar su patria al ser proscrito por cometer unos cuantos delitos. El destino que escogió para pasar su destierro fue Islandia, una isla recién colonizada por los vikingos noruegos: un nuevo hogar para una nueva vida, para una nueva oportunidad.
Pero el destino no iba a dejar descansar a Erik hasta que encontrara su asiento definitivo.

Un buen día, sus esclavos mataron a un granjero, y un pariente de dicho granjero persiguió a los esclavos y los mató, por lo que Erik mató al pariente y su compañero. A causa de esto, tuvo que huir rápidamente para escapar de los familiares de los dos hombres, pero regresó  más tarde para recoger los postes que sostenían el tejado de su casa, que para entonces se encontraban en poder de un hombre al que mató también porque se negó a entregárselos, además de a dos de sus hijos.







Tras la matanza, los islandeses declararon a Erik forajido durante tres años, lo cual quería decir que durante ese tiempo, si alguien lo encontraba en el país podía matarle inmediatamente. Así que otra vez tenía que dejar su hogar, aunque esta vez lo tenía más difícil para asentarse ya que no podía volver a Noruega, su país de nacimiento, porque continuaba siendo proscrito también. La decisión que tomó pasaría a la Historia.

Erik viajó hacia el oeste y descubrió lo que hoy conocemos como Groenlandia, hacia el año 980. Aunque la mayoría de la gente no hayamos estado en esa isla, todos nos hacemos una idea de lo frío y riguroso que es el clima de ese lugar. Pues bien, para captar colonos Erik la bautizó con el nombre de Greenland, es decir, Tierra Verde, como si el lugar fuera un vergel. El caso es que en el año 986 partieron 25 naves desde Islandia con la intención de dar vida a aquellas solitarias tierras, permaneciendo durante unos cinco siglos en dos o tres asentamientos que pudieron albergar unas 3000 personas.

Erik tuvo un hijo llamado Leif Eriksson que también contó una gran mentira.

En otra entrada comenté que el primer europeo que descubrió el continente americano fue un vikingo llamado Biarni Heriolfsson, aunque haya sido Leif Eriksson el que haya recibido todos los honores al respecto. Biarni partió de una nave en busca de su padre, que había acompañado a Eric el Rojo en su viaje de colonización a Groenlandia, y se perdió en medio del océano. Las costas que descubrió, aunque no las pisara, eran las de Canadá. Él pudo por fin llegar a la tierra en donde se encontraba su padre y les contó a todos que había mas sitios que descubrir al oeste, aunque nadie estaba por la labor de emprender una nueva aventura (ya tenían bastante con construir sus casas), excepto un joven con muchas ganas de repetir las hazañas de su padre, me estoy refiriendo a uno de los hijos de Erik el Rojo, el inmortal Leif Eriksson.







Este le compró el barco a Biarni y alquiló los servicios de 35 hombres de su tripulación. Leif llegó a la isla de Terranova hacia el año 1000 y desembarcó en América (es el primer europeo conocido que lo haya hecho y de ahí su merecida fama). Sin saberlo descubrió un nuevo continente. Las ruinas del pequeño poblado que construyó (aunque bellamente reconstruido) hoy puede verse en un lugar llamado L'Anse aux Meadows. Su descubrimiento en 1960 por un matrimonio de noruegos ha sido uno de los descubrimientos más importantes en toda en la Historia de la Arqueología, pero injustamente poco conocido; ¿será porque no había oro en el mismo o es que el hallazgo no fue realizado por algún lord inglés o alguna asociación norteamericana patrocinada por una cadena de televisión?

Cuando Leif quiso captar colonos para el nuevo territorio recurrió al mismo método que había usado su padre en el caso de Groenlandia años atrás: le puso un nombre atractivo. En este caso, a esa parte de América le bautizó como Vinland, o Tierra del Vino, porque según Leif allí crecían uvas silvestres con las que se podía hacer un buen vino. Aunque hubo, al menos, otros cuatro viajes de navegantes nórdicos a esas nuevas tierras, la colonización europea en América no cuajaría hasta que llegaron los españoles casi quinientos años después.

Los investigadores modernos no han hallado nunca restos de esas supuestas uvas en la isla de Terranova, por lo que se ha dudado, y algunos escépticos lo hacen todavía, de la llegada de los vikingos al Nuevo Mundo. ¿Sería una gran mentira hecha por Leif Eriksson para atraer a confiados colonos a aquel desconocido lugar? Puede ser, aunque también hay otras posibles explicaciones que me dispongo a explicar:

-Aunque no hay uvas silvestres en Terranova, si hay bayas pequeñas que parecen uvas pequeñas, y con las que se puede hacer vino.

-En aquellos años el clima era mucho más benigno en esas latitudes por lo que pudo haber otro tipo de vegetación. A partir del año 1300 -más o menos- surgió la llamada Pequeña Edad del Hielo hasta el siglo XIX por la que la temperatura del Planeta bajó hasta helar el río Támesis en invierno y llenó de icebergs las aguas del Atlántico norte.


Fuentes:

-Los barcos vikingos, de Ian Atkinson.
-The Vikings, de R. Chartrand y otros.

jueves, 10 de noviembre de 2016

¿Ha empleado alguna vez el ejército español armas químicas?

Uno de los mayores desastres militares españoles ha sido la batalla de Annual (1921), derrota producida por las tribus rifeñas del norte de Marruecos. Miles de jóvenes murieron por la incompetencia y la mala dirección ejercida por los políticos y generales del momento. La desolación y la humillación ejercida por la acción de aquellos guerreros norteafricanos, que no tuvieron piedad con los moribundos soldados españoles, sirvió de caldo de cultivo para que se tomara la horrible decisión de emplear armas químicas en un campo de batalla maldito para las fuerzas armadas hispánicas.

Hay registrada una conversación telegráfica del 12 de agosto de 1921 entre Eza (ministro de Guerra) y el general Berenguer (Alto comisario en Marruecos), y extraída del libro Historia secreta de Annual, de Juan Pando que dice:


Alto comisario: «—Siempre fui refractario al empleo de los gases asfixiantes contra estos indígenas, pero después de lo que han hecho, y de su traidora y falaz conducta, he de emplearlos con verdadera fruición».

Ministro: «—Mi propósito respecto de los gases es instalar ahí (en Melilla) su utilización, quedando a juicio de V. E. la apreciación del uso de los mismos. Nada más se me ocurre, sino despedirme con todo afecto».
 
Alto comisario: «—Créame V. E. que los emplearé, y me despido y pongo a sus órdenes con el mayor afecto»
 
 
Cuadro de John Singer Sargent, que expresa las terribles consecuencias de un ataque químico en los hombres. (Imagen de Wikipedia).
 
 

Los mismos gases, iperita y fosgeno, que habían sido usados con terribles efectos en los campos de batalla de la I Guerra Mundial, llegarían finalmente al norte de África donde los españoles llegarían a usarlos lanzados desde sus aviones de combate. Con una composición basada en el sulfuro de cloroetilo, la iperita generaba un compuesto letal de violentos efectos: destrucción de las mucosas, provocando asfixia y muerte, lesiones graves en la piel y ceguera. Los tratados internacionales que había firmado el rey Alfonso XIII para prohibirlos, una España rabiosa por la derrota se los iba a saltar de pleno.

Contando con la colaboración de Alemania, que ofreció con gusto sus secretos de fabricación, se montó una fábrica en las cercanías de San Martín de la Vega (Madrid) con el nombre de "Alfonso XIII". Cuando fracasó el proyecto se trasladó la fabricación a Melilla. El elemento base (el Diglictol) fue comprado a Alemania de contrabando y, al final, el proyecto gozó de éxito. La guerra química desde los aviones fue una realidad desde 1923 hasta 1926, incluyendo el célebre Desembarco de Alhucemas, y favoreció el final del conflicto con resultado positivo para las armas españolas.


Las bombas de los aviones estaban cargadas con iperita, fosgeno y cloropricina, en depósitos de 50, 25 y 10 kg. Un informe cifrado del general Sanjurjo a Primo de Rivera (dictador en España en ese momento), a diez días de los desembarcos en las playas de Alhucemas, expondría:

Telegrama n.º 215, de 29-VIII-1925. Melilla a Tetuán.
«Según partes diarios que conoce V. E. se tienen noticias del crecido número de rebeldes que han resultado muertos o iperitados a consecuencia último bombardeo, y como confirmación hoy recibo confidencias de que, desde Quilates a Alhucemas, se han encontrado unos 180 hombres ciegos y unos 160 muertos; habiendo manifestado confidentes que toda la arboleda ha quedado quemada, y los indígenas de dicha región han reclamado a Abd el-Krim diciéndole que no pueden seguir más. Aunque estas cifras sean exageradas, la noticia coincide, en el fondo, con las recibidas por conducto de Oficinas de Intervención, lo que demuestra que, aunque las cifras no sean exactas, el hecho es cierto».

 

Fuente: Historia secreta de Annual, de Juan Pando.