Buceando en la leyenda

Buceando en la leyenda

sábado, 28 de mayo de 2016

El tío de Picasso.

Uno de los más grandes creadores que ha nacido en suelo español ha sido y será el inmortal pintor malagueño Pablo Ruíz Picasso (1881-1973), el creador de obras tan universales como el llamado Guernica. Aunque no voy ha hablar de él, sino de su tío segundo, el mucho menos conocido general Juan Picasso González (1857-1935), también nacido en Málaga, y de una gesta, casi de leyenda, llevada a cabo en las calurosas arenas del norte de Marruecos a finales del siglo XIX por él mismo y su valiente caballo, llamado príncipe.

El general Picasso fue artífice del llamado expediente Picasso, encargado por el entonces ministro Juan de la Cierva, para dar luz a la serie de trágicos acontecimientos sucedidos en el sangriento verano de 1921 en el norte de África, y que costaron la vida a 10.000 soldados españoles en una de las más amarga derrota que haya sufrido el ejército de España en toda su historia: el llamado Desastre de Annual.

Pero, como he dicho al principio, voy a hablar de la cabalga inmortal que propició Picasso cuando era un joven oficial, y amante de los caballos, recién salido de la Academia de Estado Mayor.


Cuadro de Augusto Ferrer-Dalmau que representa jinetes españoles de la época.



El 9 de octubre de 1893, a Picasso le asignaron al antes mencionado caballo llamado príncipe, que había pertenecido al coronel Guillermo Iriarte. Apenas tres semanas después se iban a poner a prueba tanto la montura como el jinete en una peligrosa misión, que en otro país que no sea España seguro que hubiera tenido un mayor reconocimiento.

El general Juan García Margallo (1839-1893), bisabuelo del actual ministro de Asuntos Exteriores del gobierno de Mariano Rajoy, José Manuel García Margallo, era en esa época gobernador de Melilla. Por entonces estalló un conflicto con las cabilas rifeñas porque se quisieron construir unos fuertes militares cerca de la tumba del santo rifeño, Sidi Guariach; se la llamó la guerra de Margallo.

En una fase de la campaña, el general Margallo quedó cercado con sus tropas en el fuerte de Cabrerizas Altas por las fuerzas rifeñas. Como la situación era desesperada, se pidió un jinete voluntario para que atravesara a todo galope un terreno lleno de enemigos sedientos de sangre, hasta el próximo fuerte español de Rostrogordo. Sin dudarlo un instante, el joven e impetuoso Picasso se ofreció para llevar a cabo la acción casi suicida. Aunque aceptó una escolta de 25 jinetes, enseguida se quedó solo cuando salió de la posición española cercada, y llegó como una exhalación a Rostrogordo, después de haber servido de blanco a cientos de rifles enemigos.


Muerte del general Margallo.


Cuando pensaba que ya había completado su difícil misión, y que desde el fuerte español se podría comunicar con Melilla para que se le enviaran refuerzos a las asediadas tropas del general Margallo, la preocupación volvería al semblante del valiente jinete andaluz cuando le dijeron que las comunicaciones con Melilla eran imposibles porque, entre otras cosas, los cables telefónicos estaban cortados. Además, para completar el drama, las tropas enemigas empezaban a cercar la actual posición donde se encontraba Picasso, que empezaba a comprobar que su cabalgada había sido inútil.

Como un auténtico héroe, Picasso pidió completar su misión, y proseguir su cabalgada hasta Melilla para llevar su mensaje de auxilio. Por delante quedaban tres kilómetros repletos de posiciones enemigas, cosa que ya le resultaba familiar al joven jinete español. Cuando los soldados vieron la cabalgada de Picasso, salpicada de cientos de disparos de fusil, salieron para jalear a su compatriota, y el griterío fue más fuerte que el ruido de las armas rifeñas.

Juan Picasso pudo llevar el mensaje de auxilio a Melilla tras cumplir con éxito una misión casi imposible. El reconocimiento a tan magna empresa fue la concesión de la Cruz de San Fernando. Al año siguiente fue ascendido a comandante, y era general de división cuando le fue encargado el que sería llamado el expediente Picasso.

El general Margallo moriría en la guerra que lleva su nombre.




Bibliografía: Historia secreta de Annual, de Juan Pando.
Imágenes de Wikipedia.


domingo, 15 de mayo de 2016

El sacerdote que apuñaló a un rey.

Durante la segunda mitad del siglo XVI, y mientras que la España de Felipe II vivía en el cénit de su poder imperial, su país vecino al norte de los montes Pirineos, se desangraba en una serie de guerras interminables. Las divisiones religiosas ocultaban una lucha atroz por el poder de las familias aristocráticas francesas más relevantes. De un lado los católicos, de otro la familia real de los Valois, y de otro la de los protestantes, que en Francia eran conocidos como los hugonotes. En definitiva, se produjo uno de los muchos Juegos de Tronos que ha salpicado la historia, y que suelen acabar como ya sabemos: miles de muertos, siendo la mayoría de las clases más humildes, y un nuevo aristócrata subido al trono real.

Como el objeto de este blog es contar historias no demasiado largas, me voy a centrar en uno de los momentos más decisivos de todo el conflicto.

El 1 de agosto de 1589, las tropas reales de Enrique III estaban asediando la siempre importante ciudad de París. Unos meses antes el monarca cometió uno de los muchos crímenes infames que salpicaron la larga guerra civil; había llamado a su presencia al líder del bando católico, el duque de Guisa, que asistió de manera obediente (no se esperaba menos de un leal vasallo, a su llamada). Hay momentos en los que los hombres bajan la guardia ante la amenaza de ser traicionados, y cuando un noble francés es llamado a formar parte de unos Estados Generales, es decir una reunión parlamentaria, fue uno de ellos, ya que el duque acabó siendo presa fácil ante las numerosas estocadas que recibió de los hombres del rey.

Al día siguiente su hermano, llamado el cardenal de Guisa, correría la misma suerte, siendo descabezado de este modo el bando de los católicos. Como se verá más adelante, al rey poco le duraría la alegría.


Imagen que representa el apuñalamiento del rey Enrique III por parte del sacerdote Jacques Clément.


En una época tan violenta, llena de traiciones y asesinatos, sería muy importante poder contar con unos hombres fieles con los que poder cubrirse uno las espaldas. Además de eso, no sería posible confiar en mucha gente. A priori, hay un grupo social que es difícil de sospechar de que pueda mancharse las manos de sangre, y es el de los sacerdotes, o eso, al menos, es lo que debió de pensar el rey aquel día de verano.

A Jacques Clément, clérigo dominico, no le tuvo que sentar muy bien la noticia del mezquino asesinato de los hermanos Guisa, por lo que decidió pagar con la misma moneda a su soberano. Con la excusa de que llevaba cartas importantes desde la asediada ciudad de París, le fue concedida la audiencia personal ante el mismísimo Enrique III de Francia, que recibió al "hombre santo" con la más absoluta de las confianzas. Tanta que no fueron revisados sus ropajes, ya que ocultaban un arma blanca, capaz de matar a una persona por más sangre real que llevara en sus venas de color azul.

Cuando el monarca estaba leyendo la primera de las misivas sintió como la hoja afilada de un puñal atravesaba su bajo abdomen, aunque tuvo el coraje y la fuerza necesaria de sacarse el arma de sus entrañas y, con él mismo, darle una estocada al futuro matarreyes en su mismo rostro que pudo ver. Las heridas fueron letales y moriría la día siguiente el rey de Francia, aunque pudo nombrar como sucesor al protestante Enrique IV, el que sería el primer rey Borbón de Francia.

Así acabó la dinastía Valois, aunque no la guerra. Al monje homicida le esperaba una muerte atroz, como él mismo cabía de esperar: fue desmembrado en público y quemados sus restos, convirtiéndolos en cenizas que acabarían siendo arrojadas al río Sena, para que desaparecieran así para la eternidad.

En la España del siglo XIX tuvimos un caso de apuñalamiento real con muchos parecidos al anterior; se ve que el caso de Clément hizo escuela. En el mismo año de la Revolución francesa (1789) nació Martín Merino y Gómez en Arnedo (La Rioja, España), el que sería conocido como el cura Merino (no tiene nada que ver con el famoso guerrillero de la guerra de la independencia española contra los franceses y que era llamado de la misma forma).

Sin motivos aparentes como los del regicida francés, y sin pertenecer, según su mismo testimonio, a ninguna organización anarquista, que por entonces se empezaban a atentar contra reyes y presidentes en los países europeos, decidió que debía de acabar con la vida de la joven reina Isabel II de España, que en 1852 contaba con tan solo 21 años de edad, y acababa de tener a su primera hija.

Cuando regresó al Palacio Real, después de asistir a una misa en una iglesia de Madrid, un extraño sacerdote se le acercó con no muy buenas intenciones. Una vez más, las sotanas fueron un salvoconducto que guiaron la mano homicida hacia la presencia real, y una vez más fueron los hábitos religiosos los que albergaron el arma mortal, aunque esta vez el azar el que salvó la vida del monarca. La reina vestía un corsé con unos materiales de bastante dureza que impidieron que la herida producida por el estilete del cura Merino fuera mortal. Dicho corsé, que podéis ver en este enlace, era portado por la reina Isabel para recuperar su figura tras el embarazo de su hija.


El cura Merino.


Como al homicida del rey francés Enrique III, el destino del frustrado regicida español fue la muerte atroz, esta vez con previo juicio, a garrote vil, y la incineración de sus restos, que fueron esparcidos en una fosa común.



Fuentes consultadas:

-The french religious wars 1562-1598, de
-Wikipedia.
-Imágenes extraídas de Wikipedia.