Buceando en la leyenda

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sábado, 3 de mayo de 2014

Secuestros y rescates históricos.

¿Que tuvieron en común personajes tan dispares como el inmortal escritor español Miguel de Cervantes, el gran Julio César, el Inca Atahualpa y el rey de Pamplona García Íñiguez? Pues tuvieron dos cosas importantes, al menos que yo sepa, en común. Lo primero, que fueron una vez secuestrados. Lo segundo, que les fue pagado una fuerte suma de dinero a sus secuestradores, ya que eran personas importantes, para que fueran liberados, cosa que no fue posible en todos los casos... Pero empecemos por orden cronológico:

En el año 75 a.C. Julio César era un joven de 25 años que viajaba por el Egeo para estudiar oratoria. Estaba lejos de ser el gran general y espléndido político que todos conocemos, pero era, eso sí, toda una promesa en el panorama del poder de la República romana. En un momento dado, su nave fue apresada por unos piratas, que pidieron un rescate de 20 talentos de plata por su liberación. Muchos personajes poderosos de cualquier época se hubieran acobardado ante una situación tan angustiosa y hubieran pagado con presteza esa suma con tal de salir de ese apuro cuanto antes mejor, pero el arrogante y valiente romano les instó a elevar la petición de rescate hasta la elevada cantidad de 50 talentos de plata; una persona de su categoría no valía un precio menor.

César pasó 38 días cautivo en la nave de los secuestradores, mientras que los hombres de su comitiva se encargaban de buscar el dinero del rescate con la máxima diligencia. Durante su cautiverio no se amilanó, e incluso bromeaba con sus captores hasta el extremo de amenazarles con matarlos en cuanto se viera libre de su secuestro.


Julio César.


El dinero fue pagado y los piratas cumplieron su promesa de liberar al rehén. En cuanto César llegó a tierra, armó unas naves y fue en busca de sus antiguos captores, logrando apresar a la mayoría de ellos. El gobernador de la ciudad de Pérgamo quería venderlos como esclavos en vez de ejecutarlos, pero Julio César tenía intención de cumplir su palabra y realizar la venganza que había prometido durante los días que había permanecido cautivo: al final, los mandó crucificar. A este punto no hace falta decir lo horrible que es la muerte por crucifixión. Y es que la piedad no era una virtud que caracterizaba a los hombres poderosos de la Antigüedad.

De la Edad Antigua pasamos a la Edad Media. En otra entrada a este blog hablé sobre los hermanos Bjorn y Hastein, supuestos hijos de Ragnar Lothbrok, y de su periplo que les llevó a atravesar el mar Mediterráneo. Antes de acabar dicha travesía, cuando se dirigían al lugar de partida del viaje, llegaron a Pamplona. Las fuentes históricas no dicen como ocurrió, pero el caso es que los vikingos lograron capturar al rey García Íñiguez (859), que fue liberado tras un cuantioso rescate de 70.000 dinares de oro. Los vikingos eran unos auténticos expertos, como buenos piratas que eran, en obtener botines. De hecho, muy de vez en cuando eso sí, los arqueólogos aún encuentran algún tesoro vikingo oculto las entrañas de la tierra. En realidad, los hombres del Norte solían secuestrar personas de bastante más bajo rango social que el del rey de Pamplona, y el destino de aquellos desdichados no era el soltarlos tras un rescate, ya que la mayoría no tendría donde caerse muertos, sino un final más sombrío: la esclavitud en algún país remoto y desconocido, lejos de sus parientes más queridos.



Los vikingos secuestrando y matando.



Durante la época de la conquista de América por parte de los españoles, tuvo ocasión un suceso de secuestro y rescate verdaderamente dramático. Los hechos ocurrieron dentro de las fronteras del imperio Inca, y fueron provocadas durante el intento de conquista por parte del conquistador extremeño Francisco Pizarro y un puñado de soldados españoles. Tras meses de espera, un encuentro decisivo en la plaza mayor de Cajamarca cambiaría para siempre la Historia. Los españoles estaban escondidos, y, aunque eran pocos, estaban armados con arcabuces y unos pocos cañones, mientras que los incas, muchos miles, venían desfilando confiados en que su aplastante superioridad numérica amilanara a los hispanos.

Tras un fracasado intento de que el Inca Atahualpa aceptara la religión católica sin más, y tras tirar éste una biblia a los pies de un solitario fraile que había salido al encuentro, los españoles sorprendieron a los incas rompiendo el secreto de sus escondites, mientras disparaban sus armas de fuego y asestaban tajos con sus espadas. El resultado de la trampa fue la muerte de cientos de valerosos soldados incas y el apresamiento de Atahualpa.

El emperador inca pasó cautivo de los españoles varios meses. Se dice que intentó comprar su libertad llenando varias veces de oro y plata el edificio donde se encontraba retenido (el Cuarto del Rescate). De todas las partes del imperio se trajeron objetos preciosos para intentar comprar la libertad del soberano en lo que puede ser considerado el mayor rescate de la Historia. Pero de nada serviría todo aquello, pues los españoles se dieron cuenta de que, un vez liberado el rehén, serían presa fácil ante la multitud de efectivos con los que contarían los incas. Así que, tras un juicio, Atahualpa fue condenado a muerte por garrote vil (1533), y los españoles no solo se quedarían con el dinero del rescate, sino con el de todo el imperio inca.



Atahualpa en el Cuarto del Rescate.



Por último, contaré la historia del cautiverio de Miguel de Cervantes. El gran escritor español había participado en la batalla de Lepanto (1571), donde perdió la movilidad de una mano. Tras la gran victoria naval cristiana, siguió cumpliendo su deber como soldado en otros escenarios del Mediterráneo, aunque, cuando volvía a casa desde Italia, fue apresado junto a su hermano Rodrigo el 26 de septiembre de 1575, y fueron llevados a Argel. Como los turcos pensaban que Cervantes era una persona importante, pidieron una fuerte suma por su liberación: 500 escudos de oro.

El cautiverio en la ciudad norteafricana duró para el escritor cinco largos años, en los cuales intentó escapar en cuatro ocasiones junto a otros compañeros, echándose él mismo las culpas cuando eran descubiertos, para impedir que castigaran a los demás. En 1577, la madre de Cervantes reunió una cantidad de dinero para intentar la liberación de sus hijos, pero no era suficiente, por lo que Miguel prefirió que fuera rescatado su hermano, quedando él en Argel.

En 1580, Cervantes iba a ser llevado a Constantinopla, por lo que el rescate para él se iba a antojar casi imposible. Pero, ese año llegaron a Argel unos monjes trinitarios para intentar liberar a los cautivos cristianos que se hallaban allí. Como sólo tenían 300 escudos, cantidad insuficiente para el rescate de Cervantes, pidieron prestado dinero a los mercaderes cristianos, que lo dieron a los religiosos. Y así fue liberado el creador del inmortal Don Quijote, que difícilmente hubiera podido componer su gran obra, siendo preso, en la capital del imperio turco.



Miguel de Cervantes.




Fuentes consultadas:
-Auge de Julio César, de Peter Wilcox y Duncan B. Campbell.
-Blog Historia Clásica.
-Wikipedia.

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