Buceando en la leyenda

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miércoles, 13 de noviembre de 2013

Las armadas perdidas: la Invencible y la mongola.

En esta nueva entrada de "historias paralelas", voy a hablar de dos momentos muy importantes de la Historia, en los que los fenómenos meteorológicos tuvieron mucha importancia, ya que ayudaron, de forma involuntaria, a que dos importantes flotas pertenecientes a grandes potencias mundiales de la época, no pudieran invadir unas islas, muy pequeñas en comparación con el territorio imperial de sus enemigos. Son el caso de la Armada Invencible española contra Inglaterra, y los intentos de la China mongola contra Japón, tal vez este último menos conocido.

En 1588 el imperio español estaba en la cumbre. Francia, la otra gran potencia occidental, se desangraba en las guerras de religión, Portugal, la otra gran potencia colonial del momento, había sido absorbida por los ejércitos españoles, y la rebelión holandesa parecía que iba a ser vencida por los bravos tercios españoles y por el gran general que resultó ser Alejandro Farnesio. Sólo quedaba Inglaterra como el país que incordiaba al gran imperio hispano, con ataques de piratería y su apoyo a los rebeldes de los Países Bajos.

Por ello, y por otras razones, Felipe II de España lanzó una gran flota, de más de 120 buques, contra Inglaterra. Era la Armada Invencible. El plan español era tan complejo, ya que necesitaba que dos grandes fuerzas navales a gran distancia entre sí tenían que coordinarse en una época en la que las telecomunicaciones no existían, que acabó fracasando. Después, cuando el almirante de la flota hispana, el marqués de Medina Sidonia, desistió de invadir Inglaterra, al comprobar que no pudo reunirse con la flota de barcazas procedente de Flandes, tomó un camino de regreso bordeando las islas británicas. Las tormentas que tuvieron que sufrir los navíos españoles en su regreso a casa diezmaron la flota. Se perdieron unas 50 o 60 naves, evitando que el rey español decidiera evitar una nueva aventura con Inglaterra, al menos, por un tiempo.




En 1274, los mongoles intentaron invadir otras islas, las de Japón. Por entonces, reinaba Kublai Kan (el que se acogería la expedición del célebre Marco Polo). A principio de ese año, ordenó construir una flota de 900 buques que transportarían casi 30.000 hombres mongoles, chinos y coreanos. El viaje desde Busan duró dos semanas, y desembarcaron los mongoles en la bahía de Hakata. Los efectivos desembarcados rechazaron a los japoneses en un principio. Por suerte para los japoneses, los desembarcados no pasaron la noche en tierra sino que volvieron a sus naves para dormir. Una gran tormenta nocturna acabó hundiendo a gran parte de la flota, y los mongoles regresaron perdiendo unos 13.000 hombres. Muchos de ellos, seguramente, cayeron ante los temibles samuráis japoneses.

Los mongoles volvieron a repetir el intento en 1281. Kublai Kan volvió su mirada hacia Japón, una vez más, tras conquistar a los song del sur. Mientras, los japoneses se preparaban: organizaron una guardia costera. La flota que emplearían los invasores era más imponente que la anterior: 6000 buques de guerra y 600 aportados por los coreanos. Las dos flotas debían reunirse en la isla de Iki, aunque nunca se pudieron reunir adecuadamente. Así, la flota del este intentó desembarcar en Hakata, pero fueron rechazados por los japoneses; los mongoles se establecieron en dos islas frente a la bahía. Los samuráis lanzaban ataques nocturnas y diurnas contra tales posiciones, haciendo auténticos estragos entre las filas mongolas. Éstos acabaron por abandonar las posiciones y se retiraron a la isla de Iki para esperar la llegada del grueso de la flota.




La segunda armada, procedente del sur, mucho más numerosa que la anterior, fue arribando poco a poco a varios puntos de la costa japonesa. Las flotas se reunirían al final cerca de la isla de Takashima, al sur de Iki, donde los japoneses lanzaron un osado ataque conocido como la batalla de Takashima: los japoneses fueron rechazados por la abrumadora superioridad numérica de sus enemigos. Pero, la fortuna sonrió a los nipones. Al poco, se despertó un furioso tifón, el kamikaze o viento de los dioses. La flota mongola fue casi aniquilada. Las bajas coreanas fueron de casi el  30 %. Las de los mongoles y chinos puede que llegaran al 90% en hombres y naves. Sería injusto atribuir el fracaso de la derrota en su totalidad a las causas meteorológica, ya que los samuráis lucharon extremadamente bien.

Igualmente, sería injusto no atribuirle el mérito del rechazo de la invasión de Inglaterra a los magníficos marinos británicos que lucharon muy bien contra los españoles. Hubo otro intento de los mongoles de invadir Japón por parte de Kublai Kan, pero no se llevó a cabo.

Ambos intentos de invasión son unos magníficos ejemplos de como la suerte influye en el trascurso de una batalla. Parece, en el caso de un enfrentamiento naval, que las causas climatológicas pueden ser más decisivas que en un combate terrestre.

Fuente principal: "Las hordas de Gengis Kan", de Stephen Turnbull.

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