Buceando en la leyenda

Buceando en la leyenda

viernes, 14 de abril de 2017

El ocaso de los héroes: el Empecinado.

El 20 de agosto de 1825, en la localidad de Roa (Burgos), están dispuestos a llevar cabo la ejecución de un preso. La orden de la pena de muerte está firmada por el rey Fernando VII, el mismo que se pasó toda la guerra entre algodones en un palacete de Francia, dándole coba a Napoleón, mientras que su pueblo se desangraba buscando líderes que los guiara en su lucha contra el invasor. El preso, que era trasladado entre los abucheos y los escupitajos de la gente, fue acusado y sentenciado por alzarse contra su rey, ya que había renegado de una constitución (la de 1812) que había jurado años atrás, y que limitaba su poder, y sus deseos de tiranía, ya que daba poder a los españoles, los mismos que ahora estaban ansiosos de ver morir a Juan Martín Díez, el Empecinado.

·¿Quién es el Empecinado? España es un país que, históricamente hablando, nunca mira más atrás de su Guerra Civil (1936-1939), y pierde la noción de quienes fueron sus héroes con mayúsculas. En la guerra de la Independencia (1808-1814) hubo una enorme cantidad de ellos: jóvenes oficiales, mujeres como Agustina de Aragón, algunos curas, e incluso agricultores, como el Empecinado, que fue uno más entre tantos y tantos que dieron sus vidas por su patria. Si en esta entrada hablo de uno solo de ellos no es que le reste importancia a los demás (que eso quede claro), si no que intento hacer un homenaje a la persona que se esconde tras el mito, y que cuanto más me acerco a ella más admiración me produce.

Juan Martín nació en Castrillo de Duero (Valladolid) en 1775. Aunque era hijo de un agricultor acomodado, sintió la llamada a las armas desde muy joven, Cuando tenía 18 años participó en la Guerra del Rosellón (ya antes, siendo menor de edad ya había intentado ir a la guerra, pero su padre se lo impidió). La experiencia bélica le abriría los ojos: el ejército español tenía multitud de deficiencias. Años después, cuando se les daba paso a los ejércitos napoleónicos para que invadieran Portugal, dos soldados franceses abusaron de una joven del lugar. Cuando Juan Martín se enteró de la fechoría, acabó con la vida de los franceses, y después se echó al monte para huir de las represalias. Todavía no se había producido el alzamiento nacional del 2 de mayo de 1808 en Madrid, y la leyenda del Empecinado había empezado a tomar forma.




Retrato realizado por Goya (Wikipedia).





Los golpes de mano, los ataques fugaces, el apoyo de la población local..., todos los ingredientes de la guerra de guerrillas moderna se dieron en España, de manera que podemos afirmar que el imperio francés tuvo su propio Vietnam aquí 150 años antes de que lo tuvieran los norteamericanos en aquel lejano país asiático. Y en este ambiente fue cuando el Empecinado se empezó a mover como un pez en el agua y llegó a convertirse en un artífice destacado en la expulsión de los invasores gabachos. Si en 1808 apenas tenía unas pocas docenas de seguidores, en los años finales de la contienda la cifra subiría hasta los 6.000, una cantidad enorme en una partida guerrillera.

La prueba de lo eficaces que fueron los métodos de Juan Martín es que Napoleón le tuvo que encargar en exclusiva a el mariscal Joseph Léopold Sigisberth Hugo (el padre de Victor Hugo, creador de los Miserables, y padre del personaje literario Quasimodo) que le diera caza de la manera que fuera, usando cualquier artimaña que se le ocurriera, por muy mezquina y cruel que fuera, y el mariscal Hugo no tuvo reparos en hacerlo. En un principio, cansado de perseguirlo por las tierras de España, intentó atraerse al jefe guerrillero comprando de manera generosa su voluntad: este método ya había funcionado con otros, aunque no con una persona tan honrada como Juan Martín. Al fracasar en la intentona, el francés cayó en la bajeza de secuestrar a su propia madre y amenazó con matarla si no se entregaba en un breve espacio de tiempo. Sin temblarle el pulso, el Empecinado le envió un mensaje diciendo que declinaba la oferta, y que si la mataba que él haría lo propio con los cien prisioneros que tenía en su poder, y que luego seguiría matando franceses sin descanso. Poco después, la madre sería liberada. Fue una decisión muy dura en medio de una época muy difícil. Estas conductas nos hablan de una persona recta, honrada y de fuertes convicciones, y es que el Empecinado tenía mucha madera de héroe.

La guerra acabó, y su fama se disparó. Volvió el rey Fernando VII y quiso dejar las cosas como estaban antes de la guerra, es decir, quitando la libertad a su pueblo que tanta sangre le había costado. Así, que abolió la constitución y empezó a encadenar a los liberales, los que defendían la separación de poderes. Aunque Juan Martín se encontraba entre los mismos, el monarca no se metería con él, ya que era un héroe en vida. Incluso le escribió una carta en la que le aconsejaba que volviera a devolverle las libertades a los españoles, cosa que rechazó. Tras el alzamiento del general Riego, el rey Fernando se vio obligado a jurar la constitución de 1812, pero la lucha entre liberales y monárquicos continuaría, sobre todo tras la llegada de los Cien Mil Hijos de San Luis, un ejército con contingentes de la mayoría de las naciones monárquicas de Europa. El Empecinado lucharía, en una España dividida, con los liberales, lo que le costaría la vida a la postre. Conociendo su enorme valía, el Borbón le ofreció una enorme suma de dinero y un título nobiliario, pero fue rechazado por el obstinado y honrado Juan Martín.

·El ocaso de el Empecinado. Tuvo que exiliarse a Portugal, pero volvió a España en 1824 atraído por la oferta del rey de un indulto general, pero era mentira. Fue apresado por los soldados del rey, con la intención de llevarlo a Valladolid para ser juzgado, pero por el camino las gentes de Roa lo apresaron a su vez y lo metieron en un calabozo, donde estaría un año hasta ser ejecutado. El proceso llevado a cabo fue bastante irregular, ya Juan Martín era Mariscal de Campo (general) por lo que solo podía ser procesado por un tribunal militar. De vez en cuando era sacado de su prisión y era llevado a rastras por las calles del pueblo atado a una soga (algunos dicen que era dejado en un carro enrejado) donde era escupido, apedreado o le tiraban basura vecinos del pueblo.




 
 
 


El día de la ejecución era llevado con unos fuertes grilletes de hierro que le impedían escapar, además de ser escoltado por los soldados armados con fusiles y bayonetas. Según se cuenta, su propia mujer estaba entre los asistentes al macabro espectáculo disfrutando del acontecimiento. Si de algo se quejó el Empecinado fue de que un militar debía de ser ejecutado por un pelotón de fusilamiento, no colgado como un vulgar delincuente, pero el patíbulo le esperaba.

En un descuido de los soldados, se logró quitar los grilletes de un fuerte golpe en el suelo, y se quedó con las manos libres, e intentó arrebatar un sable a un militar, pero no pudo. En cuanto vio una iglesia se dirigió hacia ella para acogerse a sagrado (ya que los civiles no tenían jurisdicción) y poder salvarse de la ejecución, pero los mismos habitantes del pueblo, que no le perdonaban la traición a su rey, se lo impidieron a puñetazos y patadas. Tras la paliza, vinieron las bayonetas que lo ensartaron hasta matarlo: el bravo guerrero había luchado hasta el fin.









Aún así, la condena fue cumplida de manera escrupulosa y el cuerpo ya sin vida de Juan Martín fue colgado de una soga para que toda España supiera quién era su amo, el rey Fernando VII.












Todas las imágenes en blanco y negro pertenecen a la serie de los Desastres de la Guerra, de Francisco de Goya.


Fuentes principales:

-Podcast de Personas con Historia de OndaCampus (el Empecinado).
-Podcast del programa radiofónico La Rosa de los Vientos de Onda Cero, por Juan Antonio Cebrián.



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